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El ruido, un mal silencioso

Dra. Jimena de Gortari Ludlow / @jimenadegortari


En los ambientes urbanos existe una fuerte relación entre el entorno construido y el bienestar de las personas. Desde hace décadas la calidad de vida y la salud han sido objeto de estudio en el ámbito de la arquitectura, la planeación y el diseño urbano, disciplina y prácticas que han planteado soluciones a diversos problemas que la convivencia conlleva en el entorno citadino. Uno de los más comunes es la contaminación, ya sea residual, química o energética. Dentro de esta última encontramos la contaminación acústica, el ruido provocado por la actividad humana cotidiana y que por su condición subjetiva en la percepción ha complicado la evaluación del impacto que tiene en la salud y la calidad de vida de las personas.


El sonido está en todas partes, no reconoce barreras, todos los días nos exponemos a capas sobrepuestas de sonido, las cuales muchas veces ya no podemos distinguir individualmente, a menos que la intensidad de una sobrepase al resto. ¿A qué suenan las ciudades contemporáneas? Ellas nos suenan a coches tocando sus cláxones o acelerando, sirenas que tratan de abrirse paso en el permanente tráfico, helicópteros que sobrevuelan, vendedores que reproducen sonidos pregrabados; sonidos que se combinan y configuran entornos acústicos saturados. Existen límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en donde se sugieren restricciones para las distintas actividades, el tiempo al que se puede estar expuesto y la posible consecuencia si estos –límites y tiempos – se sobrepasan.

A diferencia de lo que ocurre con otros sentidos, no podemos escapar del acto de oír. La complejidad del fenómeno del ruido radica en esa cierta condición de omnipresencia, para el sonido no hay límites ni barreras tan evidentes como apagar la luz y dejar de ver. Está ahí, aunque no lo queramos, como evidencia de que la ciudad es un ente que no cesa de vibrar. Vivimos sometidos a una tiranía de la escucha, que, entre otras cosas, diariamente nos castiga con descargas de ruido que amenazan nuestra integridad y nuestra salud. Por esta condición, el ruido se nos presenta como un intruso, como un invasor invisible que perturba la calma e intimidad, llegando a desequilibrar la vida de las personas e impidiendo nuestro derecho al descanso.


La afectación al descanso es una de las quejas más frecuentes, la cual muchas veces se deriva de una fallida planeación de la ciudad. Los habitantes de las urbes deben prever los efectos nocivos de vivir en ambientes de estrés relacionado con el ruido, que además de los evidentes daños físicos, expresan un fuerte deterioro en su calidad de vida. En este sentido, hay una urgencia por establecer políticas integrales, multisectoriales, que promuevan acciones a corto y mediano plazo entre la población y entre los mismos actores institucionales, para lograr efectos duraderos que a su vez fomenten una nueva cultura de la prevención sobre las enfermedades que actualmente se presentan.

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