Antonio Purón
No es posible hablar de Rina Lazo y de Arturo García Bustos sin hacer un recorrido por nuestro Coyoacán. Nacida en Cobán, sus profundas raíces en los pueblos mayas originarios de esas tierras se trasplantaron con fuerza a las del altiplano mexica. El destino la llevó a residir en la Casa Colorada de la Malinche, justo en el epicentro que atestiguó nuestro mestizaje y en donde murió casi exactamente 500 años después. ¿Qué más Coyoacanense se puede ser? Su historia pasa por la Casa Azul, los lavaderos públicos y alguna que otra cantina que Arturo pintó admirablemente, aunque ahora ya estén perdidas.
Llegó siendo una jovencita, con enormes ánimos de absorber hasta lo último el avasallador movimiento artístico que se daba en esos momentos en México y que era admirado en todo el mundo. Diego Rivera inmediatamente apreció su talento, la cobijó, tuteló e hizo florecer hasta las grandes alturas del muralismo mexicano. La Casa de la Malinche fue testigo de innumerables jornadas en las que Rina y Arturo eran anfitriones de la crema y nata intelectual y artística de la época de oro de México. La pasión de Rina por la pintura – tanto de gran formato como de caballete – solo se igualó con la enorme conciencia y responsabilidad social que ejerció toda su vida.
La pintura la llevó al sureste, la región de sus amores, en donde realizó aportaciones fundamentales a nuestra historia y cultura, ahora resguardadas en el Museo Nacional de Antropología e Historia, culminando con el último mural que terminó en su estudio poco antes de morir con el tema que cultivó toda su vida: El Inframundo de los Mayas. La pasión por la justicia social la llevó a tierras lejanas (entre otras la URSS, Corea, China y Cuba), a Lecumberri en 1968, y a insertarse en nuestras luchas vecinales para conservar al Barrio de la Conchita y a todo nuestro Centro Histórico de Coyoacán.
Líder de nuestra sociedad coyoacanense, Rina es un ejemplo de compromiso, inteligencia, honestidad y valentía por conservar a nuestra antigua y noble colonia. Rina nos evoca talento, lucidez, amor por nuestras tradiciones y raíces, persistencia, bonhomía, generosidad y tacto.
Nos hará mucha falta en Coyoacán.
Así la conocí
Maricarmen Poo
Yo vivo en mi casita de Callejón del Toro desde hace 32 años, los primeros 27 cometí el pecado de la avaricia emocional y solidaria en lo que a mis vecinos se refiere. No es broma, viví 27 años en esa casa sin conocer a mis vecinos y sin preocuparme jamás por ellos, tal vez un disimulado saludo de vez en cuando, pero nada más.
En la casa justo al lado de la mía se cometió un horrible asesinato, motivo por el cual la casa estuvo deshabitada por mas de 10 años. En esa casa habitaban un gran número de gatos (huérfanos de la asesinada) y un majestuoso fresno de más de 100 años. Era mi fresno, solía sentarme en el jardín a admirarlo e imaginar que un día tendría el suficiente dinero para comprar la casa vecina, tirar la pequeña barda que nos separaba y finalmente vivir juntos y felices por siempre. Este maravilloso ejemplar era además hogar de cientos de aves de todo tipo que nos despertaban cada mañana; mis hijos hasta se quejaban, pero ¿qué les pasa a esos pájaros, por qué se levantan tan temprano? La verdad es que los pájaros y su servidora éramos inmensamente felices con ese fresno.
En 2014 finalmente la casa fue habitada nuevamente por una siniestra familia formada por padre, madre y 5 o 6 hijos. Un funesto día (sábado 26 de abril de 2014) amanecí en medio de un escándalo de motosierras, me asomé a la ventana y casi me da un infarto al ver a tres hombres armados de estos diabólicos artefactos y mutilando a Mi Fresno.
No conocía a nadie, no sabía ni cómo se llamaban mis vecinos, no tenía idea de a quién acudir y me sentí en total estado de indefensión. Obviamente el crimen se perpetuó en sábado y por este motivo ninguna autoridad de la delegación estaba disponible.
Afortunadamente mi madre era todo lo contrario a mí, una persona totalmente imbuida en la lucha vecinal; sólo había un problema, no era de Coyoacán. La llamé, le expliqué el problema y me dio el teléfono de una vecina de Coyoacán que seguramente me podía orientar. La llamé y ella me explicó que no podía apoyarme porque no estaba en la ciudad pero que le llamara a Rina Lazo y seguramente ella me diría que hacer. Yo sabía quién era Rina Lazo y me sorprendió que un personaje tan connotado fuera el depositario de la esperanza de salvar a Mi Fresno.
Eran las 4:00 de la tarde cuando finalmente llamé a Rina Lazo, me presenté y le expliqué el problema. En ese momento Rina tenía una comida en su casa con varios amigos y más tardé en explicarle, que ella en presentarse en mi casa con marido, hija e invitados a comer. No se pueden imaginar la revolución que armó en lo que se los cuento. Cuando acordamos ya habían llegado otros vecinos, ya había convocado a la prensa (que se presentó de inmediato), por supuesto se presentaron las autoridades de la delegación y los vecinos gritaban consignas para evitar el derribo del árbol. Recuerdo que ella les gritaba “Si no les gustan los árboles, no vengan a Coyoacán, váyanse a Cuautitlán Izcalli donde no hay ni arañas”.
Logramos detener el derribo por unos días, pero el 3 de mayo finalmente lo mataron. Quedé en shock, estaba hecha polvo, pero este terrible suceso despertó mi conciencia vecinal. ¿Cómo era posible que esa maravillosa mujer, tan pequeñita, hubiera movilizado a tanta gente por salvar un fresno y apoyar a una ilustre desconocida? Por el otro lado, ¿cómo era posible que yo viviera en esa casa por 27 años y nunca me hubiera preocupado ni por conocer a mis vecinos?
Desde ese día no volví a soltar nunca a Doña Rina Lazo, tuve la dicha de ser su amiga junto con su maravilloso marido Don Arturo García Bustos y mi querida Rinita. Tuve la dicha de que me presentara a Holda, Toño, Héctor, Carmen, Leticia, Gilberto y tantos otros valiosos vecinos que ahora son parte fundamental de mi vida. Tuve la dicha de viajar a Guatemala con toda la
familia y juntos bajar al inframundo maya cerca de Cobán. Tuve la dicha de ir de shopping con ella para comprar huipiles y cortes para falda en diferentes mercados de Guatemala. Tuve la dicha de participar en el intento de inventario de su obra y la de Arturo. Tuve la dicha de que ella me explicara qué significaba cada elemento de su maravilloso mural. Tuve la dicha de asistir a fiestas de cumpleaños, años nuevos, marchas y protestas, conferencias y paseos.
Tuve la dicha de ser parte de su vida.
Sin duda la voy a extrañar, pero enriqueció mi vida de tal manera, que la cambió para siempre y eso no me lo quita ni Dios.
Rina Lazo
Holda Zepeda
Escribir de Rina es difícil, quisiera decir tantas cosas…
Todo empezó por Coyoacán, hace como 15 años, de repente llegamos de un viaje y vimos que estaba el Centro de Coyoacán inundado de mantas – algo relacionado con los planes de desarrollo urbano –, más tardamos en preguntar qué pasaba cuando ya estábamos en una Asociación Vecinal.
Me acuerdo del problema con el entonces delegado Bortolini, que quería poner una velaría en el Parque Frida Kahlo, y ahí es cuando conocimos a Rina. Una de las mejores razones de habernos involucrado en la lucha vecinal es el haber conocido a tantas personas maravillosas, interesantes, tan preocupadas por Coyoacán. Conocer a Rina fue conocer también a su esposo, el maestro Arturo García Bustos, ya que muchas de las juntas vecinales que se hacían, se hacían en su casa, la famosa Casa Colorada donde se supone vivieron Cortés y la Malinche.
Algo especial tuvieron Rina y Arturo, ya que de repente fueron más como de la familia. Para mis hijas fue muy bonito el conocerlos y tratarlos; para nosotros fue un orgullo, cada vez que estábamos con ellos siempre se acordaban de anécdotas y vivencias. Al poco tiempo ya queríamos compartir con ellos, con la familia, con los amigos, con los amigos de mis hijas. Una vez María le habló a Rina para ver si podía llevar a 30 amigos que vinieron a México de todas partes del mundo, y Rina dijo que sí; fueron a su casa y no lo podían creer, el trato, la amabilidad, incluso Rina rifó una litografía entre ellos y el que se la ganó fue un holandés que dijo que su mamá era admiradora de Frida, maestra de Arturo, y que se lo iba a llevar como algo muy especial.
Tuvimos la suerte de que Guadalupe Ferrer, entonces directora de la Filmoteca de la UNAM, pudiera hacer un documental con Busi Cortés de Rina y Arturo. Me acuerdo que algunas veces vinieron a nuestra casa a grabar en el piano la música que se puso en el documental, el Son de Rina y Arturo. Cómo gozaban esos momentos, con esa música tan bonita.
Un día nos habla Holda, nuestra hija que vive en Londres, de parte de la Embajada de México en Londres, pues como sabían que conocíamos a Rina y a Arturo nos pidieron si se podía hacer una cita a través nuestro para que Emeli Sandé fuera a su casa a conocerlos y que la BBC grabara su encuentro con ellos; ella también era admiradora de Frida y los maestros siempre tenían fotos, anécdotas, libros, incluso le enseñaron un traje de Frida que tenía Rina. Rinita, su hija, y sus nietos también estuvieron esos días y Emeli incluso cantó con el pianito de Armando, el nieto de los maestros.
Su casa siempre fue casa abierta, siempre alegre, siempre recibían a los visitantes con Tequila. Disfrutaban todo, la compañía, la música, la comida, fueron siempre muy generosos. La vida que tuvieron fue increíble, los viajes, los personajes que conocieron, el mundo tan vibrante que vivieron en México. Qué mente, qué memoria, qué vivacidad tenía Rina, cuántas cosas pudimos compartir, casi hasta su último día, cuando Rinita le organizó una fiesta en la que Rina bailó con Toño y departió feliz con los amigos que pudieron estar ahí. No sabíamos que iba a ser el adiós.
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