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Sabemos quién es y dónde vive. Una crónica sobre Cuauhtémoc 68.



La película de terror en la que se convierte tu vida cuando pretendes exigir que se respete la ley en la Alcaldía de Coyoacán. ¿Le suena exagerado? Regálenos el favor de su lectura y descubra que el horror ante la violación sistemática de las leyes y la omisión de las autoridades ante las mismas es ya parte del malentendido folclor de Coyoacán.









Los hechos:

A principios del mes de febrero en Cuauhtémoc 68, Colonia del Carmen, de manera sorpresiva, lo que durante años fue un squash cierra sus puertas. La fachada es cubierta con triplay y en ellos se coloca un letreo que anuncia el permiso que la Alcaldía de Coyoacán ha extendido para llevar a cabo una remodelación. Aparecían también dos números de autorización, tanto del INAH como del INBAL. Al tercer mes de ver que en el predio trabajan en promedio veinte albañiles, empiezo a preguntarme qué es lo que realmente estarán haciendo. Mis sospechas crecen cuando en un fin de semana inicia la construcción de un segundo piso. Eso no era una remodelación, era evidente que estaban construyendo. Llena de zozobra me dirijo a las oficinas de la Alcaldía para solicitar se lleve a cabo una verificación; Amaury Rojas, subdirector de Verificación de Obras, me explica los pasos burocráticos que tengo que seguir para que eso suceda y me da un plazo de por lo menos una semana. “Para entonces ya estarán terminado el segundo piso,” le digo. “Pues sí señora pero…” acá vuelve con la cantaleta que ya he escuchado tantas veces de la falta de verificadores suficientes y el discurso airado de que no está nada más para atendernos a nosotros (se refiere a un grupo de vecinos organizados bajo el nombre de Amigos de Coyoacán que llevamos ya un tiempo intentando frenar, entre otras cosas, el cambio ilegal e irregular de uso de suelo de casa habitación a restaurantes, bares, y antros en plena zona patrimonial de la Alcaldía).


Lo que sigue es preguntar a los maestros y al encargado qué están haciendo en el predio, lograr entrar para tomar fotos y quedar impactada por el tamaño de la nueva construcción. Han demolido absolutamente todo lo que había antes (yo, como muchos de mis vecinos conocía el lugar por haber tomado alguna vez una clase de yoga o de zumba, o haber rentado las canchas) y en su lugar han construido una alberca y dos pisos al interior de diferentes locales.


La verdadera pesadilla empezó cuando, después de rogar y exigir en todos los tonos posibles que se acelere la verificación, el señor Amaury Rojas me presenta un escrito en el que los empleados a su cargo declaran que en el lugar se están cambiando unos mosaicos. Decido usar la indignación que siento ante el cinismo de tal funcionario para dirigirme a pedir audiencia con el director de jurídico, el Lic. Cureño. Uno de los empleados me sigue y se percata que la secretaria entra al cubículo, le explica al licenciado mi petición y sale para decirme que si me urge puedo esperar. Me siento a intentar resolver por medio del celular todos mis pendientes y en eso descubro cómo el susodicho empleado toca a la puerta, explica algo y entra antes que yo para hablar con el Lic. Cureño. A través de los cristales del cubículo me doy cuenta cómo este subdirector le explica algo sin dejar de mirarme. Finalmente, sale con una sonrisita triunfal y al pasar a un lado de mí me desea buena suerte. No tienen que ser adivinos estimados vecinos y lectores para saber que para cuando yo finalmente llego ante el licenciado, éste no sólo desestima todos mis argumentos, sino que me amenaza diciendo que los verificadores llevan video y que si lo que yo le estoy diciendo no es cierto me puedo meter en graves problemas. Intento enseñarle las fotos que tengo en el celular, me dice que no, que las imprima y que pida otra cita para la próxima semana; le repito que para entonces ya estará terminado el piso y él, por supuesto, no hace nada por cambiar su postura.


Ahora sí resumiré:

Me aconsejan ir a la contraloría del alcalde, fui. Las contraloras se declaran incapaces para ayudarme. Inicio el proceso de denuncias ante INVEA, PAOT, SEDUVI, Obras, y copio al alcalde Negrete. Me paso un día completo haciendo la entrega de las mismas en puntos totalmente distantes unos de otros. Regreso con todas mis acuses de recibo debidamente firmados y sellados. Como ya perdí todo el día, decido perder toda la noche y entro al sitio del squash que ¡por fortuna! todavía no han borrado. Imprimo todas las fotos y conformo un archivo documental del antes y el después del predio. Con estas fotos bajo el brazo anduve en innumerables e interminables citas con distintas autoridades del gobierno central. Una vez entendido que ningún funcionario de la alcaldía me ayudarían, me encontré con mis vecinos que tenían el mismo sentimiento de impotencia ante lo que los dueños del lugar aseguraban era un hecho. Juntos acudimos a la diputada Leticia Varela y ya me sentí un poco menos sola. El viacrucis del ir y venir duró meses antes de lograr la clausura de dos partes del predio y la suspensión del otro. Quería contabilizar las horas y los recursos de toda índole de los que hice uso en todo este tiempo y me fue imposible, segura estoy de que hubiera podido producir una obra de teatro, por lo menos. En este ir y venir recibí todo tipo de amenazas, veladas y no tanto.


- Pues aquí todos nos conocemos vecina, sabemos quiénes somos y dónde vivimos – me dijo el hijo de un conocido dueño de cafeterías en la colonia.

- ¡Dedíquese a hacer sus telenovelas! –me espetó el que pretendía abrir un restaurante oaxaqueño.

- Pues yo a usted la conozco muy bien – declaró sonriente el abogado cuando le pregunté si él era el dueño.


Antes de eso, vandalizaron mi jardín, sacaron todas mis enormes y hermosas sábilas para regarlas por la banqueta y dejaron un cuchillo de plástico enterrado en el corazón de una de ellas. También llegaron guaruras a las reuniones que sostenían los diversos dueños de la cantidad infinita de locales y giros diverso que pretendían abrir, para evitar que tomáramos fotos o siquiera nos acercáramos a la acera.


Uno de ellos, alto y gordo, me miró amenazante. Le sostuve la mirada.

- Yo sí sé quién es usted, eh.

Uno de los abogados lo obligó a que diera la vuelta. Antes de eso completó:

- Y sabemos dónde vive.

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