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TERCERA PARTE. Mi abuelita sufre trauma burocrático severo


Antes que nada agradezco a los amables editores de este boletín coyoacanense que me sigan permitiendo narrar las peripecias de mi abuelita para conseguir la manifestación de obra para construir su casa en esta Alcaldía. Se agradece porque la pobre anciana ya padece Trauma Burocrático Severo (TBS), debido a tanto trámite y situaciones difíciles que ha tenido que afrontar durante cinco largos años, los cuales han sido contados en los dos últimos números de este espacio. Ahora prosigo con las traumáticas experiencias en las oficinas de la Alcaldía por las que la abue ha tenido que pasar últimamente, tratando de conseguir la constancia de publicitación. Un nuevo requisito que se suma a otros, tanto o más complicados, para lograr construir una casa relativamente pequeña.


Después de varias sesiones de meditación y habiendo ingerido una buena dotación de vitaminas, la abuela llegó a las oficinas de Desarrollo Urbano de la Alcaldía de Coyoacán, en su respectivo Uber, el viernes 6 de septiembre de 2019. Iba dispuesta a romper la barrera burocrática para obtener una respuesta clara con respecto al trámite de publicitación iniciado a finales de julio del mismo año. Todos conocemos ese empecinamiento que nos entra cuando queremos conseguir algo a toda costa por coraje, guiados por el impulso malsano de la necedad, del “no se saldrán con la suya”. Pues ése era el sentimiento que motivó a mi abuelita a volver a aquellas oficinas, a pesar de los costos emocionales, físicos y financieros que le han representado todos estos embates.


La recibió otro poli para realizar el ritual de la “audiencia”: anote su nombre, su asunto, la hora y muestre una identificación oficial; haga fila para que la secretaria que está en el filtro (no es el nombre oficial de ese escritorio, pero eso es realmente) le tomará sus datos y la canalizara a la oficina correspondiente. Al llegar su turno, la secretaria la reconoce: “Pero usted ya estuvo aquí ayer y el director le dijo que esperara a que su respuesta llegara a la Ventanilla Unica”, le dijo con la esperanza de tener menos trabajo. A lo que la abue respondió: “Sí, pero es día de audiencia y quiero pasar a ver si de casualidad hay algo”. La condujo a la oficina del sillón desfundado, donde había algunos caballeros. La abuelita quiso adivinar si eran “particulares” o “gestores”, de acuerdo a la clasificación que hizo la secretaria de esa oficina en su visita previa. Pronto descubrió que todos eran “particulares”.


La abue tenía la esperanza de entrevistarse con el responsable de las publicitaciones para tener mayor claridad en cuanto al proceso. Ya había esperado dos meses desde que ingresó la solicitud y no sabía siquiera si iba a proceder o no. Se llevó una desilusión cuando vio que el escritorio de la secretaria estaba vacío y la televisión apagada. En breve se presentó alguien para informarles que la secretaria no laboraba ese día, pero que de todas formas se les atendería. El primero en recibir la negativa del día fue un arquitecto, se trataba de un trámite de alineamiento y número oficial. Salió un funcionario a darle la respuesta: “No está aún, tenemos mucho trabajo, hubo cambios en la oficina y estamos retrasados”. Al hombre se le descompuso el rostro: “Tengo la obra parada y me urge sacar este trámite, ¿cómo me puede ayudar?”, se atrevió a preguntar frente a los otros “particulares” presentes, quienes esperaban ansiosos la reacción. El funcionario no dio crédito a lo que escuchaba y respondió: “¿Cómo que cómo le puedo ayudar? Ya le dije, estamos saturados, no podría decirle cuándo saldrá este trámite”. Una sensación de incomodidad invadió el ambiente. El arquitecto intentó recuperar la dignidad con un “Regresaré la semana entrante”, y salió de la oficina.


La abuela se quedó atónita. Claro que se dio cuenta de que el arquitecto buscaba agilizar la obtención de su alineamiento y número oficial por otras vías que no eran las del viacrucis que ella estaba atravesando. De pronto la invadió una duda: ¿será que el arquitecto era demasiado ingenuo como para esperar que el funcionario accediera a su propuesta indecorosa, hecha en público y en voz alta, o que estaba ya acostumbrado a proceder de esa manera en esas instituciones y no le pareció que su comportamiento fuera inadecuado, digamos escandaloso?


En estas cavilaciones estaba mi abuelita cuando de pronto pasó por ahí el alto funcionario con el que había hablado el día anterior y que había dado muestras de tremenda autoridad. Al verla puso cara de “¡qué lata da esta señora!” y le dijo en un tono de desesperación contenida: “Ya le comenté ayer que no sabemos cuándo saldrá su trámite, que espere la respuesta en Ventanilla Única”. La abuelita se preguntaba cómo ese funcionario sabía que no estaba su trámite si sólo estaba pasando por ahí. Nuevamente se enfrascó en una discusión con él: “Maestro (el día anterior el funcionario se presentó con ese título, pero mi abue no comprendía si el título correspondía a un posgrado o al que se otorga al profesorado de educación básica), lo que temo es que la respuesta a la solicitud de publicitación se tarde tanto que expire la vigencia de mis otros documentos, en particular del alineamiento y número oficial, porque en ese caso, tendré que volver a tramitarlo aquí mismo, se tardará mucho y para cuando lo tenga ya habrá expirado la constancia de publicitación (si acaso llegaba a obtenerla) y será el cuento de nunca acabar”. Al escuchar esto, otro “particular” que estaba sentado esperando respuesta intervino con cierto enojo: “es verdad, yo también tengo mucho tiempo esperando respuesta para un alineamiento y número oficial y no me dicen nada. ¿Por qué se complican la vida ustedes mismos tardando tanto?”. La abuelita tuvo miedo de aliarse con el caballero porque temía que la tacharan de insurrecta, sobre todo porque el día anterior había tenido una acalorada discusión con el maestro en cuestión. Para aligerar el ambiente interrumpió: “Bueno, maestro yo ya debo irme, pero estaré viniendo cada semana para tener una respuesta. Aquí me tendrán sin falta durante el tiempo que sea necesario”. A lo que el aludido respondió en forma de mal chiste: “por aquí la vemos, sirve que nos ayuda a poner el arbolito de Navidad”, queriendo decir con ello que quizá el trámite tardaría 4 meses más. La abue puso ojos de plato, pero siguió la broma y se despidió: “Son ineficientes, pero tienen sentido del humor”, se dijo para sus adentros. Se retiró pensando si tendría sentido efectivamente plantarse ahí cada semana para hacer presión frente a un sistema burocrático demasiado anquilosado, en supuesta transición, y seguramente los funcionarios tenían, como ellos decían todo el tiempo, mucho trabajo. “¿Por qué no contratan a más gente si no se dan abasto? Seguramente será por la austeridad de la 4T”, se respondió a sí misma.

Mi abuelita, cansada de estas peripecias burocráticas y pesimista sobre el éxito de su empresa, decidió descansar un par de semanas, que fueron tres, antes de seguir presionando para obtener algún día la manifestación de obra para su añorada casita.


Por ahí del 25 de septiembre de 2019 llamó a las oficinas de la Ventanilla Única para saber si, por casualidad, había noticias sobre la publicitación. Se llevó una gran sorpresa cuando la secretaria le dijo que sí, pero que tenía “prevención”. “¿Qué es eso?” preguntó la abuelita atónita. La respuesta fue parca: “Venga a los módulos para que le digan de qué se trata”. Mi abuelita colgó el teléfono con la mano temblorosa, pues no sabía si “prevención” significaba “siga a la siguiente etapa”, o “retroceda 10 casillas”, como en el juego de serpientes y escaleras.


Para aminorar sus temores y sus nervios, mi abuelita le pidió a un pretendiente que conoció en redes sociales (siguiendo el consejo que le dio una nieta joven, argumentando que es la única forma de socializar hoy en día) que la acompañara. El generoso cabecita blanca aceptó gustoso, pues tenía curiosidad en conocer personalmente esas oficinas y personajes de los que mi abue hablaba con tanta enjundia.


Llegaron el 26 de septiembre a las oficinas de la Ventanilla Única apoyándose el uno en la otra, sobre todo para subir las escaleras del edificio. Les dieron número para ser atendidos en un módulo, donde fueron recibidos por un personaje de pocas palabras, quien pidió identificación y diversas firmas de recibido de un documento que les extendió diciendo que era la respuesta a la solicitud de publicitación que habían ingresado. La abuelita se puso sus lentes y trató de leer el escrito rápidamente, pero la jerga oficial hacía difícil su comprensión. Le pidió al funcionario que por favor le explicara qué procedía, a lo que le respondió: “Si quiere que le expliquen el documento pase al Módulo 7” – como diciendo “yo sólo estoy aquí para regresar al público documentos incomprensibles”, o quizá, “podría explicarle, pero no es mi función y no quiero hacer el trabajo de otra persona”.


La abuelita le dio las gracias y se sentó en la sala de espera para tratar de comprender el documento emitido por la Dirección General de Obras y Desarrollo Urbano de la Alcaldía de Coyoacán. Volteó a ver a su pretendiente con ojos de “ayuda”. Armados de lentes de fondo de botella, trataron de dilucidar el contenido. Por fin el pretendiente de mi abue dijo para calmarla y darle ánimos: “No te preocupes, es una buena noticia, creo que dice que tu solicitud no ha sido rechazada, sino que sólo debe ser completada con otros documentos”. La abue respingó con asombro: “¿Quéee? ¿Máaaas documentos? ¡Nooooo!”. Fueron entonces a sacar ficha para que los atendieran en el Módulo 7 con el fin de aclarar el entuerto.


Para sorpresa de mi abue, ya no estaba la funcionaria que supuestamente “atendía” ese módulo que casi siempre permanecía vacío. En su lugar había otra señorita, quien les dio información amablemente. Evidentemente habían cambiado las cosas en las oficinas de la Ventanilla Única, porque la atención en ese módulo fue de mejor calidad y de hecho se le pidió llenar un cuestionario para evaluar a la funcionaria. La traducción al castellano chilango abuelil del documento que hizo la nueva y amable funcionaria fue: “Para darle la constancia de publicitación vecinal y poder seguir con el trámite de manifestación de obra, requiere entregar, en menos de cinco días hábiles, los siguientes documentos”. Y como si todo fuera muy fácil, leyó la lista: planos del proyecto arquitectónico, memoria descriptiva, planos del proyecto estructural, planos señalando la protección a colindancias, todo firmado por el DRO, arquitecto y demás involucrados. Todo ello acompañado de un oficio dirigido al director de Desarrollo Urbano de la Alcaldía de Coyoacán y redactado en el lenguaje propio de aquella oficina.


A mi abuelita la invadió un pánico terrible provocado por su TBS (Trauma Burocrático Severo, para el cual no hay remedios caseros). Como que sospechaba que su arquitecto tendría todo eso; pero, ¿y si faltaba algún plano o documento?, ¿y si faltaba la firma del DRO en alguno de ellos?, ¿y si no era posible encontrar al DRO en tan poco tiempo? Estaba a punto de darle el patatús, cuando su sabio pretendiente le aconsejó llamar de inmediato a su arquitecto para tranquilizarse. La eficientísima ayudante del arquitecto le proporcionó todo lo necesario para entregar todo en los 5 días hábiles con que contaba. La arquitecta se quedó intranquila porque todo se quedaría en las oficinas de Desarrollo Urbano y habría que imprimir planos, memorias y recabar las firmas de nuevo para el trámite de la manifestación. Nadie comprendía para qué requería la misma oficina tanto documento y planos repetidos, son esos absurdos de la burocracia que responden a una lógica misteriosa que sólo se acata sin saber bien por qué razones. La abuela respondió en forma realista: “ay, mijita, ya veremos cuando lleguemos a ese paso. Con la lentitud de la Alcaldía y todas las trabas que ponen, a lo mejor me muero primero...”.


Mi abue queda de nuevo en el limbo de la tramitología para construir su casa. Veremos si tendremos noticias para el próximo número de este boletín. Por lo pronto mi abuela se entretiene con su pretendiente. Esperemos que la abuelita no se tarde tanto en hacerlo su novio, porque a esa edad como que el tiempo apremia.

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